Aquella Noche de Reyes
No era fácil dormir con aquella sensación de hiperactividad, pero tampoco quería hacerlo. Las sábanas y las mantas estaban retorcidas de tantas vueltas que había dado desde que su madre lo acostó temprano y puso en su mejilla un beso de buenas noches. Venían los Reyes Magos y, como todos los años, estaba decidido a sorprenderlos cuando entraran en casa. Esta vez no le vencería el sueño ni el temor, no, los descubriría justo cuando fueran a dejar los consabidos regalos bajo el abeto de plástico. Así podría convencer a esos necios compañeros de escuela que se empeñaban en proclamar su inexistencia. “Los Reyes son los padres”, decían ellos, pero él nunca lo creyó, quizá porque no podía concebir la pérdida de esa preciosa ilusión que había llenado tantas navidades. Su estómago dio un vuelco cuando escucho ruido en la entrada. Salió al pasillo descalzo, corriendo y con el pulso martilleando sus sienes. Encendió la luz de la entrada con una sonrisa nerviosa asomando en su boca. ¡Por fin lo había conseguido! Pero allí no había ningún mago de oriente. La sonrisa se desdibujó en un gesto de desconcierto ante lo que veía. Era su padre, pero la expresión de su rostro era nueva, amorfa, con un aire de total abandono. Estaba muy raro, ausente en su propio cuerpo. Por un instante pensó que estaba enfermo, aunque algo le decía que había algo más, no sabía qué, pero era algo de lo que avergonzarse. Lo vio avanzar hacia él tambaleándose, apoyado con torpeza a una de las paredes y torciendo los cuadros allí colgados mientras balbuceaba una letanía incomprensible. Las lágrimas ya le brotaban cuando pasó a su lado sin ni siquiera verlo. Quiso preguntarle qué le pasaba, pero las palabras no se abrieron paso a través de la garganta totalmente atenazada: no entendía qué estaba pasando, pero algo en su interior sabía que aquella extraña y novedosa situación significaba algo horrible que cambiaría su vida. Esa noche los reyes no dejaron nada en casa salvo los sollozos de su madre que se escuchaban tras la puerta del dormitorio y, después, un silencio de hielo.
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